No sé si el traductor de Kawabata entiende bien el chino o si es un sinónimo de Ciénega. La ciénaga está siempre en las lagunas de agua dulce que suele haber en alguna sierra rica en lluvias, suelen ser de tamaño pequeño entre tres y treinta metros cuadrados, aunque la mayoría son ovales o redondos, sus aguan están siempre quietas reposadas, salvo cuando los aires se hacen fuertes en alguna tormenta o tempestad, sobre ellas suele ir cayendo hojas secas, insectos incapaces de nadar como suelen hacer los zapateros y polvo que transporta el aire, estos elementos suelen bajar lentamente al fondo y conforme se acumulan hacen una masa blanda. En algunas huertas situadas en laderas cuando llega el verano suelen secarse, y entonces el labrador suele coger el cieno seco que es un buen abono para sus plantas. En los ríos de corriente rápida las hojas y miasmas son arrastradas hasta la mar a la que llegan casi destruidas, en cambio en algunos riachuelos o arroyos rincones fuera de la corriente suelen hacerse charcos que por la tranquilidad de sus aguas también crían cieno en sus fondos. Decir de una familia que tiene cieno es tanto como no comentar claro los pecados y vicios de la familia se van filtrando al fondo de los recuerdos y vivencias, ocultándolos en el fango sus vidas. Fimiosky
El autor de “Mil grullas” es el Premio Nobel de Literatura japonés, Yasunari Kawabata (1899-1971). Esta obra, que queremos leer y más o menos cuestionar, tuvo como primer título: “Una grulla en una taza de té”. Trata de transmitir lo que es la manera de ser y la fidelidad de los japoneses, en el cumplimiento de sus tradiciones y en general, vemos ese reflejo, en cada uno de los protagonistas de “Mil grullas”. El autor nos los va presentando con sus diferentes características sociales y, por tanto, sus distintos roles en un ámbito que parece aferrarse a una rutina sin diferente dinámica que la heredada de padres a hijos, de madres a hijas… Percibimos en, “Mil grullas”, el profundo y permanente sentido estético de los japoneses en todo, y se puede deducir que llegan por la estética al amor, siendo en otras culturas ese sentido inverso ya que es el sentimiento del amor quien crea una estética determinada que durará, mientras que ese amor siga existiendo. En esta cultura oriental, su sentido del honor hace que tengan en todo, una ética intransferible y que antes de menoscabarla o cambiarla por nada o por nadie, pasan a su última dimensión, pues prefieren la muerte a vivir sin honor o dignidad. Estética, tradición y economía se unen y forman un país con dos elementos fundamentales: Té y porcelanas, cuyo bien organizado uso y distribución les hará además de diferentes, vivir de lo que aman y creen suyo. Kawabata nos describe la ceremonia del té como rito particular y a la vez como universal; hace así, que se pueda apreciar la tradición y la economía, pues al personificar en cada uno, la ceremonia del té, este no deja de consumirse y tampoco sus complementos, que se van haciendo valiosos con el paso de los años, y aunque el té existió antes que la jarra “Shino”, teteras, cuencos y los demás complementos de sus liturgias, ha prosperado el arte de la porcelana y prosperaron ellos mismos, exportando esa tradición… Se nos hace valorar, en esta novela, la solera de lo antiguo y en las porcelanas, sus más codiciadas variantes: el Shino es mejor cuanto más se acerque a su origen, ya que estará menos contaminado por nuevas influencias. Así mismo los ritos, el ser y su dignidad han de conservarse íntegros. Las normas para conseguirlo y que no están redactadas por los jueces, se convierten en leyes que cada uno, con su ética, acata. Entre “Shino y “Shino”, entre “Rakú” y “Rakú”, Kawabata nos va a introducir en el mayor de los sentimientos: el sentimiento del amor.
¿Había pensado Kikuji que Fumiko era hermosa? Para muchas personas, el amor llega de la mano de la admiración. El hombre japonés admira a la mujer y no ceja hasta encontrar a una amante dulce que tranquilice todos sus sentidos y deseos. Kikuji adoraba y añoraba a la madre de Fumiko, se sentía culpable de su muerte. La señora Ota había muerto creyéndose también culpable…, quizá, no todas las sensibilidades femeninas puedan soportar una conducta poliándrica tan “familiar” … Ellos pueden compartir a la mujer sin que esto represente un atentado a su ética y no se sienten por ello amorales. Simplemente es así.
Por lo general, tanto el hombre japonés como la mujer japonesa, saben quién es quién y saben adoptar su papel. Quien se cuida de unir parejas, es la servil Yukiko, que, resentida su personalidad, por el rechazo antiestético de una mancha en el pecho, que afea su anatomía, haciéndola sufrir, y por el poco éxito de sus pesquisas casamenteras hacia y con Kikuji, mentirá a este para que no se ilusione con la joven Inamura, que había sido la primera de su oferta casamentera, ni tampoco con Fumiko, hija de la señora Ota, que había sido la segunda ofertada, y le dirá que ambas se han casado. También en oriente y en estas situaciones, existe la venganza, servida en plato frío, por una mente rencorosa y peligrosa, como nos muestra Yukiko, y también todos se dejan guiar por casualidades y supersticiones.
Fumiko está enamorada de Kikuji. Cree que rompiendo el “Shino” de su madre, Kikuji no lo podrá comparar con otro mejor y va al mismo tiempo a terminar con los recuerdos, que guarda él, hacia ella. Él se entretiene, buscando los trozos de la jarra. Ella, Fumiko, esperaba que Kikuji, comprendiera con este gesto que lo amaba, pero él no puede desechar los recuerdos de la señora Ota en tan breve plazo y ve en cada trozo del Shino roto, la piel y la grácil figura de la señora Ota y mira al lucero del alba que desaparece momentáneamente y le presagia que algo va a ir mal. Nuestro autor deja un final abierto que nos hace meditar que, si la novela hubiese sido escrita en nuestros tiempos, en los que usamos los “teléfonos móviles” e “Internet”, no nos habría dejado “en vilo”, puesto que fácilmente Kikuji se habría puesto en comunicación con Fumiko y habría evitado uno de los dos posibles finales de esta testimonial novela. Nos quedamos con la duda, pero pensando que haya podido suceder lo mejor para los dos protagonistas.
No sé si el traductor de Kawabata entiende bien el chino o si es un sinónimo de Ciénega.
ResponderEliminarLa ciénaga está siempre en las lagunas de agua dulce que suele haber en alguna sierra rica en lluvias, suelen ser de tamaño pequeño entre tres y treinta metros cuadrados, aunque la mayoría son ovales o redondos, sus aguan están siempre quietas reposadas, salvo cuando los aires se hacen fuertes en alguna tormenta o tempestad, sobre ellas suele ir cayendo hojas secas, insectos incapaces de nadar como suelen hacer los zapateros y polvo que transporta el aire, estos elementos suelen bajar lentamente al fondo y conforme se acumulan hacen una masa blanda. En algunas huertas situadas en laderas cuando llega el verano suelen secarse, y entonces el labrador suele coger el cieno seco que es un buen abono para sus plantas.
En los ríos de corriente rápida las hojas y miasmas son arrastradas hasta la mar a la que llegan casi destruidas, en cambio en algunos riachuelos o arroyos rincones fuera de la corriente suelen hacerse charcos que por la tranquilidad de sus aguas también crían cieno en sus fondos.
Decir de una familia que tiene cieno es tanto como no comentar claro los pecados y vicios de la familia se van filtrando al fondo de los recuerdos y vivencias, ocultándolos en el fango sus vidas. Fimiosky
YASUNARI KABAWATA: MIL GRULLAS (Primera Parte)
ResponderEliminarEl autor de “Mil grullas” es el Premio Nobel de Literatura japonés, Yasunari Kawabata (1899-1971). Esta obra, que queremos leer y más o menos cuestionar, tuvo como primer título: “Una grulla en una taza de té”. Trata de transmitir lo que es la manera de ser y la fidelidad de los japoneses, en el cumplimiento de sus tradiciones y en general, vemos ese reflejo, en cada uno de los protagonistas de “Mil grullas”. El autor nos los va presentando con sus diferentes características sociales y, por tanto, sus distintos roles en un ámbito que parece aferrarse a una rutina sin diferente dinámica que la heredada de padres a hijos, de madres a hijas…
Percibimos en, “Mil grullas”, el profundo y permanente sentido estético de los japoneses en todo, y se puede deducir que llegan por la estética al amor, siendo en otras culturas ese sentido inverso ya que es el sentimiento del amor quien crea una estética determinada que durará, mientras que ese amor siga existiendo.
En esta cultura oriental, su sentido del honor hace que tengan en todo, una ética intransferible y que antes de menoscabarla o cambiarla por nada o por nadie, pasan a su última dimensión, pues prefieren la muerte a vivir sin honor o dignidad.
Estética, tradición y economía se unen y forman un país con dos elementos fundamentales: Té y porcelanas, cuyo bien organizado uso y distribución les hará además de diferentes, vivir de lo que aman y creen suyo.
Kawabata nos describe la ceremonia del té como rito particular y a la vez como universal; hace así, que se pueda apreciar la tradición y la economía, pues al personificar en cada uno, la ceremonia del té, este no deja de consumirse y tampoco sus complementos, que se van haciendo valiosos con el paso de los años, y aunque el té existió antes que la jarra “Shino”, teteras, cuencos y los demás complementos de sus liturgias, ha prosperado el arte de la porcelana y prosperaron ellos mismos, exportando esa tradición…
Se nos hace valorar, en esta novela, la solera de lo antiguo y en las porcelanas, sus más codiciadas variantes: el Shino es mejor cuanto más se acerque a su origen, ya que estará menos contaminado por nuevas influencias. Así mismo los ritos, el ser y su dignidad han de conservarse íntegros. Las normas para conseguirlo y que no están redactadas por los jueces, se convierten en leyes que cada uno, con su ética, acata.
Entre “Shino y “Shino”, entre “Rakú” y “Rakú”, Kawabata nos va a introducir en el mayor de los sentimientos: el sentimiento del amor.
¿Había pensado Kikuji que Fumiko era hermosa?
Para muchas personas, el amor llega de la mano de la admiración. El hombre japonés admira a la mujer y no ceja hasta encontrar a una amante dulce que tranquilice todos sus sentidos y deseos. Kikuji adoraba y añoraba a la madre de Fumiko, se sentía culpable de su muerte. La señora Ota había muerto creyéndose también culpable…, quizá, no todas las sensibilidades femeninas puedan soportar una conducta poliándrica tan “familiar” … Ellos pueden compartir a la mujer sin que esto represente un atentado a su ética y no se sienten por ello amorales. Simplemente es así.
ALICANTE 1/06/16
Mª Jesús Ortega Torres
YASUNARI KABAWATA: MIL GRULLAS (Segunda Parte)
ResponderEliminarPor lo general, tanto el hombre japonés como la mujer japonesa, saben quién es quién y saben adoptar su papel.
Quien se cuida de unir parejas, es la servil Yukiko, que, resentida su personalidad, por el rechazo antiestético de una mancha en el pecho, que afea su anatomía, haciéndola sufrir, y por el poco éxito de sus pesquisas casamenteras hacia y con Kikuji, mentirá a este para que no se ilusione con la joven Inamura, que había sido la primera de su oferta casamentera, ni tampoco con Fumiko, hija de la señora Ota, que había sido la segunda ofertada, y le dirá que ambas se han casado. También en oriente y en estas situaciones, existe la venganza, servida en plato frío, por una mente rencorosa y peligrosa, como nos muestra Yukiko, y también todos se dejan guiar por casualidades y supersticiones.
Fumiko está enamorada de Kikuji. Cree que rompiendo el “Shino” de su madre, Kikuji no lo podrá comparar con otro mejor y va al mismo tiempo a terminar con los recuerdos, que guarda él, hacia ella. Él se entretiene, buscando los trozos de la jarra. Ella, Fumiko, esperaba que Kikuji, comprendiera con este gesto que lo amaba, pero él no puede desechar los recuerdos de la señora Ota en tan breve plazo y ve en cada trozo del Shino roto, la piel y la grácil figura de la señora Ota y mira al lucero del alba que desaparece momentáneamente y le presagia que algo va a ir mal.
Nuestro autor deja un final abierto que nos hace meditar que, si la novela hubiese sido escrita en nuestros tiempos, en los que usamos los “teléfonos móviles” e “Internet”, no nos habría dejado “en vilo”, puesto que fácilmente Kikuji se habría puesto en comunicación con Fumiko y habría evitado uno de los dos posibles finales de esta testimonial novela. Nos quedamos con la duda, pero pensando que haya podido suceder lo mejor para los dos protagonistas.
ALICANTE 1/06/16
Mª Jesús Ortega Torres